El teatro burgués

viernes 19 enero 2018

Las dos primeras acepciones de ‘burgués’ que aparecen en el DRAE remiten a la Edad Media. Veamos las tres siguientes: “(despectivo) vulgar y mediocre», “Ciudadano de la clase media acomodada” y “(despectivo) Persona de mentalidad conservadora que tiende a la estabilidad económica y social”. Cuando se habla de teatro burgués, ¿de qué se habla exactamente? ¿De teatro vulgar y mediocre, de teatro dirigido a la clase media acomodada o de teatro dirigido a un público de mentalidad conservadora con tendencia a la estabilidad económica y social? Seguramente las tres opciones son acertadas.

Cuando alguien etiqueta un montaje como perteneciente al teatro burgués, está diciendo que es una obra vulgar, mediocre, dirigida a un público urbano, conservador y acomodaticio. Aunque lo cierto es que casi nadie utiliza ya esa etiqueta: ha quedado desplazada por las de teatro casposo y la de teatro comercial. Probablemente ninguna de las dos encaje al cien por cien con lo que entendemos –o se entendía entonces- por teatro burgués, pero sin duda sí coinciden ampliamente.

Todo aquello que se adjetiva con casposo es vulgar y mediocre. Incuestionable.

Por su parte, ‘comercial’, según la segunda acepción del DRAE, es: “que tiene fácil aceptación en el mercado que le es propio”. ¿El teatro que tiene fácil aceptación es vulgar y mediocre? Evidentemente, no lo es. Pero es cierto que en las ciudades hay más público que en los pueblos, y en las únicas dos donde se puede hacer temporada, Madrid y Barcelona, las obras que más duran en la cartelera son las que van dirigidas a un público burgués (al menos en Madrid; Barcelona, lo confieso, apenas la conozco).

El público urbano y conservador no es tonto. Va al teatro a desconectar de su estresante vida empresarial –en contraposición a los luchadores sociales, que van al teatro a reafirmar su compromiso-, y en consecuencia optan por obras divertidas e intrascendentes que traten sobre la amistad, el amor y la familia, se desarrollen con ingeniosos equívocos y terminen repartiendo felicidad. No veo el problema.

Y sin embargo tengo la franca sensación de que el teatro burgués es mirado por encima del hombro por muchos profesionales. Tal vez no sea así pero ésa es mi impresión y son mis impresiones lo que aquí escribo:

Creo que el teatro burgués se desprecia por muchos profesionales por lo mismo que el término ‘burgués’ tiene acepciones despectivas: por rencor decimonónico y pedantería acomplejada. Puede que trabajar en el teatro burgués resulte menos atractivo porque las características de los montajes sean menos desafiantes para dramaturgos, directores, actores, escenógrafos, etcétera, pero también creo que esto es así porque hay un desafío que no se han planteado: ¿somos capaces de ofrecer montajes de teatro burgués que tengan una calidad que me satisfaga a mí, que soy un artista comprometido, inconformista, inquieto y soñador?

No sé si seremos capaces pero desde luego pienso que es interesante intentarlo por rentabilidad económica y por incidencia social. Otra posibilidad es despreciarlo y hacer obras súper auténticas a las que irán cuatro amigos que piensan lo mismo que tú. Y también hay muchas otras posibilidades, vale, claro que sí. Pero nos estamos entendiendo.

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Comentarios sobre El teatro burgués
Por Miguel Cegarra el sábado 20 enero 2018 a las 08:35:24  

Podríamos abrir una línea de conversación sobre el teatro «intrascendente». Con esta palabra no entro en temática alguna, hablo de transcendencia, de que el hecho teatral no puede olvidar que es una experiencia única, que sólo existe en el aquí y ahora. El origen de sanación, de invocación, en la tribu, la catarsis en la polis, la comunión escena/sala. Ante un sistema educativo que castra la presencia del Arte Dramático, el hecho teatral, cada día, se acerca más y más a una realidad desconocida frente a un hecho cotidiano desde el nacimiento que es el audiovisual. Es por ello por lo que cuando se abra el telón, o no, cuando se oscurezca la sala, o no, cuando se ilumine la escena, o no, lo que ocurra ahí tiene que ser único, único ahora y ahí, imposible de aprehender después. Ese carácter efímero es su esencia, ese «rito de la fugacidad» que tan bien supo definir José Monleón. Burgués, aburguesado, aburgués… pero único, irrepetible.

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