Ángel de Quinta

Cuento de navidad a contrarreloj

jueves 23 diciembre 2021

Cierra los ojos. Así, en silencio. Siente el peso en los párpados. Una densa bruma te transporta lentamente hacia la claridad, se va disipando, evaporándose poco a poco, hasta que surge la luz, suave al principio, un cielo gris se torna azul, cada vez más intenso, al ritmo lento y pausado de tu respiración…respira, inspira, exhala, inhala, siente el aire entrar y salir de tu cuerpo, no se me puede olvidar comprar la lotería que mi madre me mata. Al carajo la meditación.

Ana lo quiere hacer todo y ya, cumplir con todo, quedar bien con todos, agradar a todos. Su marido, sus hijos, sus amigos, sus colegas, sus jefes, todos lo esperan todo de ella, y cada día se le hace más duro todo. Su agenda salpicada de rojo como la guerrera de un soldado partisano, los compromisos ahogándola cada día más. Se trata de un pulso que empezó contra ella misma, mucho tiempo atrás, y que no está dispuesta a perder bajo ningún concepto. Taller de coaching y mindfulness, me apunto, taller de crecimiento personal, me apunto, jornadas de terapia Gestalt sobre la formación de las constelaciones familiares, me apunto sin dudarlo, en una búsqueda desesperada de la sanación cuerpo mente que la tiene cada día más atañida, y claro, menos sana. Carrera contra la violencia de género, solo 8 km, puedo, voluntariado en el comedor de Cáritas los jueves, puedo, las sesiones de yoga y meditación, puedo y debo, asistir al consejo escolar, incuestionable, llevar a Martita a las clases de natación sincronizada los martes a las seis y a Miguel a las de ajedrez y taekwondo (lunes a las siete y miércoles a las cinco y media), y a las de inglés y alemán de apoyo, que van fatal con las declinaciones.

La mano derecha posada sobre el abdomen y la izquierda sobre el corazón, ha dejado el coche mal aparcado y como le metan otra multa Fede se divorcia y ella lo entendería, pero es que si da una vuelta más no llega, qué quieres que te diga, mierda de ciudad cada día más atestada de todo, mantén el diafragma relajado, ahora contraído, ir, volver, fluir, fluir… no tenía que haberle dicho eso a María, le ha sentado fatal, y es que a veces se me dispara la boca que no hay quien me pare joder, perdón, fluyo, fluyo, si me viera el santo maestro Dada Japamantra me echaba ahora mismo de aquí a patadas, y con razón el hombre. Namaskar, namaskar…

Ana sale de la sesión de depilación láser de diodo que le regaló su marido por el último aniversario, qué romántico el cabrón, no quiere encontrarse un pelo ni en la sopa ni en mis ingles, camino de un almuerzo con las amigas de siempre sin ganas de reunirse con nadie, pero o quedaban esta semana o ya la que viene con las comidas de empresa y los compromisos familiares imposible, aparte de que cualquiera pilla sitio en un garito medio decente a partir del 15. Y vaya como pica el puto diodo este, con lo que cuesta.

Llegar, besar, conversar, reír las mismas tonterías año tras año, harta de ellas aunque las quiera, harta de sí misma y de una vida que parece una repetición exacta y precisa de cada día pasado, de cada mes pasado, de cada año… Esforzándose por parecer feliz -y joven, y guapa, y moderna, y graciosa y por supuesto inteligente- y contenta con su vida, de la que no se puede quejar, no lo permita Dios. El vino ayuda, y el chupito de hierbas, y el gin-tonic de cítricos con mucho cardamomo, anestesiada lo mismo que si fuera a sacarse la muela del juicio, huyendo a base de ruidos y bromas de un temor al vacío que poco a poco parece ir descosiendo su corazón.

Critica el exceso de consumismo, cómo la navidad ya solo sirve para gastar, pero cada año gasta más y compra con menos entusiasmo. Ya de vuelta, camina despacio hasta casa, rehusando que la acercaran por la necesidad de estar sola un rato y sentir en su rostro el frío de diciembre, a ver si la despeja un poco que valiente toña lleva. Soplos de escarcha y viento parecen desnudar impíamente los árboles del parque, viendo niños correr y echando de menos cuando los suyos corrían y saltaban excitados por los días que estaban a punto de llegar, cuando se divertían con cualquier cosa aunque fuera gratis. Ya nada es gratis, ya nada es lo que era.

Solo se paraba a dar una moneda a algún mendigo, o algún artista callejero, más por ver una sonrisa de agradecimiento sincero que por ayudar, necesitaba que la vida fuera así de simple, alguien quiere algo, tú se lo das, te da las gracias y sigues adelante. Pero no lo era, más quisiera ella.

Menuda estafa de cuento de navidad que nos han vendido, pensaba entrando en una tienda atestada de acebo y lacitos rojos, tratando de resistirse a la infalible trampa del hilo musical con “christmas list of reproduction”, standards a cascoporro desde Bing Crosby a Mariah Carey con la única intención de provocar el efecto anestésico que hace que saques a paseo la contactless casi sin coscarte. El olor a canela de una vela perfumada logró escarbar en sus sentidos, llegando hasta su abuela y el ponche que hacía por estas fechas, y el arroz con leche, y las poleás de su tía Carmen, volando con aquel aroma hasta sus sonrisas y sus besos apretados mientras le decían que tenía que aprender a hacerlos para cuando tuviera hijos.

Otra navidad sin ellas, y sin su padre, dos años va a hacer ahora, pero no se permite caer en las redes de la añoranza, costándole cada vez más esfuerzo concentrarse en todo lo que tiene y no en lo que perdió, tratando de no ponerse a rebuscar en la oficina de objetos perdidos de su memoria, joder se me había olvidado que tengo que recoger a Martita de casa de Bea, y hará como una hora que habrá terminado el cumpleaños. A correr, que no llega, atajando veloz los nubarrones de la nostalgia que espanta conforme avanza a contrarreloj desde el entonces hasta el ahora mismo. ¡Taxi!

No recuerda bien con qué estuvo soñando antes de nochebuena, igual que las mil y una noches anteriores, sueños esquivos que solo se atreven a abordarla en medio de la fase rem para luego salir huyendo los muy cobardes. La Nancy enfermera -ella no le podía haber pedido una rubia como todas las niñas, no, ella una curranta, haciendo turnos encima-, el fuerte con los indios de su hermano Miguel, los Juegos Reunidos que pidió Andrés y el Scalextric de Javi -que había sacado todo sobresalientes-, con las piezas a retortero alrededor del pino falso forrado de espumillón. Descalza en pijama escondida detrás de la puerta de la salita viendo a sus padres colocándolos torpemente, entre risas y cuchicheos, llenando los zapatos de caramelos pringosos que habían recogido en la cabalgata, poniendo tres copitas de anís por si sus majestades gustaban, desvelando a su hija pequeña quiénes eran los reyes, sacándola por primera vez, y a lo grande, de la ignorancia a la consciencia, de la fantasía a la verdad, de la ilusión a la certeza, del sueño al despertar, en un cursillo acelerado de realidad que hizo que los mirara con recelo el resto de aquellas vacaciones. Descubriendo, a duras penas, cómo las mentiras balsamizan los corazones desde que no alcanzan ni unas pulgadas, y así hasta que ya de adultos convivimos familiarizados con ellas y las empleamos a cada rato según nos conviene.

Con prisa por que no se diluyera aquel sueño quiso seguir dentro de él, pero ya no pudo, se le había escapado como el agua en el lavabo, y se quedó en la cama tratando de recomponerlo, arrullada por la respiración de un compañero del todo ajeno a su melancolía, mientras añoraba aquella niña y aquellos padres traviesos que todavía se miraban como los amantes en las películas de mayores. Acordándose de cuando tenía que escribir la carta a los Reyes Magos sintiendo que, en realidad, solo tenía un deseo: que nada cambiara nunca, que el tiempo se quedara parado siempre, siempre en aquellos días.

Pero, no me preguntes por qué, aquella mañana Ana saltó de la cama con ganas de comerse el mundo con todos sus entremeses, y el turrón, y los bombones que tanto le gustaban, por cierto, tengo que recoger la pierna de cordero cuando salga de la peluquería, llamar al de la caldera que venga a revisarla, cocer el marisco y pasar por el súper, que aún faltan unas cuantas cosas. Fue allí, empujando el carro entre los congelados y la fruta, aguantando los tropezones con gente que corría despavorida tras las últimas compras, martilleada por el peromiracómobeben de los cojones que se le estaba clavando en las sienes (pasado mañana vuelvo de cabeza a la meditación, namaskar, namaskar…), cuando cayó en la cuenta de que, al menos durante unas horas, había sido capaz de desprenderse de toda nostalgia, sintiendo -aunque no diera un duro por sí misma- que por fin dejaba de mirar atrás.

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Comentarios sobre Cuento de navidad a contrarreloj
Por angiperfecta el sábado 25 diciembre 2021 a las 20:41:49  

Quién no ha sido Ana alguna vez??Que bonito es recordar a tus seres queridos y poder seguir adelante creando nuevas experiencias..
Un cuento de Navidad precioso para ésta época que vivimos.
Gracias Ángel!!!

Por Ángel Luis el lunes 27 diciembre 2021 a las 19:38:59  

Muchas granas angiperfecta! Yo soy angelcasiperfecto, jejejeje, qué va, lejos de la perfección.
Me alegro mucho de que haya gustado, y gracias de nuevo por tus palabras.

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