Tu ópera prima

lunes 15 enero 2018

Hace unos cuantos años llegó a mis manos el “Manifiesto Infrarrealista: la fractura de la realidad” (firmado entre otros por mi querido Roberto Bolaño) el cual empezaba con un texto que se quedó alrededor de mi cabeza flotando como un satélite para siempre:

“No nos morimos por publicar. El fin de nuestra poesía no es ver nuestro nombre impreso. Somos aficionados a la poesía. No somos profesionales. Que eso quede bien claro, pues una buena parte de nuestra crítica es potenciada desde esa perspectiva, desde esos campos abiertos que supone tal condición”.

Desde que leí el manifiesto, he tenido varias propuestas de edición para mi primera novela: El último suicidio del fabulador -todas ellas de editoriales independientes, claro- y las he dejado morir en el vaivén de las orillas del tiempo, sin siquiera entablar una interacción honesta con la mayoría.

Es cierto que publicar o querer publicar tu obra en vida no te asegura que la misma vaya a ser leída, y menos que fuera considerada para una edición digna. Si hablamos de obras maestras y genios, La conjura de los necios de John Kennedy Toole fue rechazada por más de veinticinco editoriales antes de que el autor se suicidara (él sí se moría por publicar), Moby Dick de Herman Melville estuvo catalogada en la sección de biología durante décadas, Franz Kafka únicamente publicó unos cuentos antes de morir, Emily Dickinson tan solo ocho o nueve poemas en vida… Hay muchos ejemplos más, he utilizado algunos de los más conocidos, pero sólo tienes que usar bien la memoria o el buscador de Google para encontrarte decenas.

Imaginen ahora hacerlo sin ser un genio como es mi caso.

Vivimos en un país donde la única ratio que soporta la comparación bares/habitante es la de escritor/habitante, con la presunta paradoja que considera bestseller a un autor cuando consigue vender unos dos mil ejemplares, una cifra bajísima en comparación con otros países con los que hemos compartido entorno e historia. No es descabellado por tanto pensar que, en vez de editarlo con una editorial convencional, divulgues tu obra ya sea regalándola, autoeditándola online o con las múltiples opciones que te ofrece hoy en día la tecnología junto con la globalización. Dos mil ejemplares no te harán ponerle freno al esfuerzo de conseguir dinero para sobrevivir y seguir escribiendo a la vez y, además, poquísimas editoriales independientes tienen la posibilidad de poder promocionar una obra para llegar a esas cifras sin la necesidad del boca a boca.

Así que, ¿qué nos hace tener el deseo de publicar nuestra obra a toda costa? Creo que es simplemente un ego mal entendido. Una manera de pertenecer, aunque sea residualmente, a un ámbito social; un modo por el cual nos admire gente que no nos importa; una venganza a quien sí nos importa, pero nos ha herido; un salto en el último momento al último vagón del tren de la literatura que creemos se nos está escapando y nunca volverá a pasar por la estación donde estamos muertos de frío esperando. Ver reflejado tu nombre en un objeto y sentir cierta extensión o sentido de vida.

Como os he comentado antes no me muero por publicar. La primera oferta editorial (mil doscientos ejemplares) la tuve hace años tras ser finalista en un concurso convocado por una editorial cuando mi novela no era más que un borrador lleno de errores. Llevo desde entonces agradeciéndome no haber firmado el contrato. Hubiera vivido con una vergüenza infinita y posiblemente parado de escribir. O, en una maniobra cínica, lo hubiese hecho con otros nombres o para otras personas, como también se me ha propuesto alguna vez.

Permítanme que esté orgulloso de que en el único sitio donde no me he prostituido socialmente haya sido en el mundo literario. La literatura es el arte que me ha enseñado a ser el ser humano que soy hoy, más que ninguna persona que me haya encontrado en la vida. Quizás respete más las leyes que he aprendido leyendo que las que me vengan dadas de cualquier Estado. Quizás sea así para toda la vida porque leyendo no te pilla nada por sorpresa. El humano en sociedad se entretiene cambiando los muebles de sitio, pero siempre dentro de un bucle vital que ya está escrito; no por el destino sino por humanos como usted y yo.

Hoy os escribo sabiendo que mi obra va a ser editada por la editorial que yo he querido que lo hiciera. Por sentirme casi como en casa. Por saber que van a tratar y envolver mis letras con el cariño que sólo reconoces en la gente de tu subespecie. Y será en la más independiente, y con menos recursos de todas con las que he tenido posibilidad de hacerlo. Se irá de mis manos hacia otras manos y en el proceso se editará mi novela con otras manos, página a página, como si la dejara al mundo atada a mi cordón umbilical.

No nos morimos por publicar. Nos preocupamos un poco por el cómo se publica.

No necesitamos que nadie reconozca nuestras palabras. No he necesitado publicar para seguir escribiendo. Ni recibir elogios ni abismos.

Moriré escritor. No necesito un formato. Y no preciso que nadie lea mis textos para que se cumpla esa premisa.

El último suicidio del fabulador empezó a editarse a mano por Antagonista Edición Salvaje (antigua editorial La Indolente) en estas navidades y está disponible para todo el mundo con algo de sensibilidad y humanismo.

 

 

 

 

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