Cada vez me cuesta más dar mi opinión sobre cualquier cosa. Cada vez me resulta más complicado mostrar el color o el signo de mi pensamiento. Tendrá que ver, supongo, no sé, con un proceso de maduración personal. No tengo ni idea pero la verdad es que me cuesta enseñar mi pensamiento en estos días en los que parece que si no te posicionas, estás con el enemigo. Y esto tiene también sus costes. Porque España es el país de los enemigos. Aquí no hay oponentes, contrincantes, o discrepantes; sólo hay enemigos.
Hace unos días cerré mi cuenta en Facebook. A base de hablar con mi terapeuta, me di cuenta de que esa sopa de opiniones en la que se ha convertido la red, no la digería bien. Desactivé mi cuenta justo el día en el que murió la política Rita Barberá. Yo la conocí. Superficialmente, eso sí. En dos ocasiones hablé con la que era entonces alcaldesa de Valencia. Debo decir que fue muy educada conmigo, aunque su forma de comportarse se asemejaba más a la de una rica señora de un gran palacio con sirvientes, siempre atenta a las innumerables visitas que recibía, que a la de una persona que ostentase un cargo público de representación. Lo cierto es que pensé que vivir cerca de esa ella tenía que ser muy cansino, pues practicaba, al menos en esas dos ocasiones en que coincidí con ella, una especie de ordeno y mando, apenas perceptible para quien no prestase atención a los detalles, pero muy evidente a poco que uno agudizase la escucha.
En uno de esos encuentros, durante una recepción con motivo de una de las mascletás en las Fallas del año 2012, la entonces alcaldesa me preguntó dónde quería comer y yo, ni corto ni perezoso, le dije que me encantaría ir a comer una paella a un importante restaurante del centro de Valencia, del que omitiré el nombre. Eso sí, le comenté, que teniendo en cuenta que nos encontrábamos en fallas, era consciente que sería misión imposible tener una mesa sin reserva. Entonces la alcaldesa, en un alarde de poderío, me dijo:
¡No hombre no! Ahora mismo arreglo yo eso.
Acto seguido le pidió a su ayudante, una mujer que si mal no recuerdo era su hermana, que reservara una mesa en el susodicho restaurante, para los cuatro que nos acercamos invitados por el Ayuntamiento, a ver la magnífica mascletá en aquel soleado día del mes de marzo de 2012.
Esa tarde disfruté de una rica paella valenciana, como mandan los cánones, de pollo, conejo, bachoqueta, garrofón… con el toque final de romero que toda paella que se precie debe tener. Acepté de buen grado acudir a ese restaurante céntrico de Valencia sin pestañear, aún a sabiendas que en plenas Fallas, era imposible que yo ocupara esa mesa sin perjuicio de alguien que la hubiera reservado antes que nosotros. Pero acepté el trato de favor. No fue hasta el final de la comida cuando reparé en este detalle. Aún así, pensé, tampoco era para tanto.
La ex alcaldesa murió hace unos días. La presión, dicen algunos, que ha tenido que soportar por el proceso judicial en el que se veía envuelta ella y otros altos cargos de su partido en Valencia, podría haber sido la causa. La presión mediática, también… Hay quien dice, incluso, que podría tratarse de una muerte demasiado casual para tratarse de algo tan natural como un infarto. De teorías conspirativas andamos sobrados en los últimos años en nuestro país. El caso es que ya no está. Murió justo al empezar el proceso por el cual había sido imputada. Ella se defendía de las acusaciones. Claro que el juicio paralelo, el de la opinión pública, ese que en España es implacable y no atiende a conceptos legales, ya estaba celebrado. Lo increíble es que para el juicio paralelo, el juicio en B (en España nos encantan las cosas en B) no se necesitan pruebas. Basta con opinar, sin tener mucho conocimiento de la causa. Luego, esta opinión se suma a otras de parecido signo. Suelen estar basadas en el ‘he leído’, ‘han dicho en la radio’, ‘he leído en Facebook’…
Yo no sé si esta señora era o no culpable, para eso están los jueces. Lo que sí que es más que evidente es que en la Comunidad Autónoma de Valencia los números no salían por ninguna parte, porque alguien, unos cuantos, tal vez muchos, demasiados, se llevaron el dinero a manos llenas, pero en el caso concreto de Rita Barberá, aún falta que un juez determine si blanqueó o no capital.
Lo que sí sé es que empieza a resultar cansino, a mí particularmente, las cientos, las miles de opiniones inquisidoras que inundan las redes sociales, el tono crispado que se utiliza para debilitar al oponente, para masacrar al que piensa distinto. Tal vez habría que ver la declaración de la renta de muchos de estos fariseos que siempre tienen el látigo presto para atizarle al corrupto de turno. Ciertas actitudes y comentarios de algunos de los rivales políticos del partido al que pertenecía la fallecida, son de una bajeza moral tal, que me pregunto qué clase de país tienen como modelo, en sus cabezas, todas esas personas que, a su vez, dicen ser el cambio político.
A mí me importa un bledo si Rita Barberá era o no culpable. Lo único que quiero, lo que creo que sería bueno, es que se supiera la verdad y nada más que la verdad sobre esta trama corrupta que llevó a la ex alcaldesa de Valencia al banquillo de los acusados. Pero que se ponga foco en la verdad sobre esta y sobre todas las tramas de corrupción que asolan nuestro país. Que se deje trabajar a la justicia, nada más. Las opiniones personales no son más que eso, opiniones, legítimas, pero sólo opiniones. La corrupción nos afecta a todos. Y a veces hemos participado de ésta sin pensar que lo hacíamos.
Pensando en la rica paella que me comí aquel soleado día ya lejano en Valencia, gracias a la mediación de la ex alcaldesa, llego a la conclusión que yo me corrompí un poquito en aquel momento. Me aproveché del poder de aquella señora a la que conocí brevemente, (por cierto, tremendamente agradable, simpática, hospitalaria podría decirse). ¡Qué habría sido de mí si hubiera estado en contacto con el poder más a menudo! No lo sé. Quiero pensar que habría aguantado el tipo.
Menos mal que pagamos religiosamente la cuenta.
Por cierto, uno de los comensales se llevó la factura de la totalidad de la mesa y la hizo constar con sus datos fiscales a pesar de que él sólo había pagado su parte. No me diréis que nunca habéis visto a nadie cercano a vuestro entorno hacer algo parecido. No diré su nombre, pero justamente con él he hablado de política y de corrupción en más de una ocasión, esa misma corrupción que hace que se le hinche la vena y maldiga en nombre de los que sufren el peso de la crisis. Como sea la factura quedó en su bolsillo; pero la corrupta era aquella que con una llamada despejó el libro de reservas del restaurante.
Yo, de haber sido diputado, habría guardado el minuto de silencio, qué queréis que os diga. Ni siquiera por la señora en cuestión sobre la que pende o pendía una presunción de blanqueo de capitales. Lo habría hecho por los compañeros del grupo al que perteneció (por el que no siento ninguna afinidad, cierto) que más o menos abatidos por la sospecha, por la acusación hacia su compañera, lo cual les llevó a apartarla de su lado, posiblemente estuvieran más abatidos todavía por la pérdida repentina de alguien con quien tendrían algún tipo de relación, de cariño, de amistad. No sé. A saber cómo andará la conciencia de más de uno.
Dicen que no se guardó un minuto de silencio por otras personalidades fallecidas que sí eran diputados. Si alguien, en su momento, lo solicitó y no se guardó el debido respeto, mal hecho.
El nivel de crispación y de odio que encierran determinados mensajes, comentarios o acciones en la crítica al oponente político en España, sigue dejando a las claras porqué en este país sufrimos, no hace tanto, una guerra civil tan salvaje y cruenta.
Empecé diciendo que cada vez me cuesta más dar mi opinión. Trataré de hacerlo lo justo. Realmente a nadie debe importarle lo que pienso
Descanse en paz, Rita Barberá. Si era usted una corrupta o no, ya lo decidirá un juez. No me toca a mí decirlo, de lo cual me alegro. Y gracias por mediar aquella tarde para que pudiéramos disfrutar de una magnífica paella, de lo cual me alegro también.
Salud, amigos.