Papelera de reciclaje #5

jueves 29 junio 2017

 

Como si de un regalico anticipado de Semana Santa se tratara, cual torrija hecha con cariño y esmero, el Gobierno ha bajado el IVA cultural.  Pero como siempre cuando se trata de política, como ya es ley en este gobierno maquiavélico (aunque la mayoría de sus integrantes desconozcan quién es Maquiavelo), la cosa tiene truco. Más que truco, conejo de la chistera ¡oh cómo lo hace! bravo y tal, trampa. Mucha trampa.

Para empezar, lo baja de ese criminal 21% que en 2012 implantó con alevosía y desvergüenza, hasta el 10%. Antes de esa subida desmesurada, estaba en 7%. Así que, mirado de cierta manera, lo han subido de nuevo. No hace falta ser economista, matemático, o tertuliano de La Sexta ni del Sálvame (Deluxe, Limón, Naranja o la concha de su lora), para saber que el horno no está para bollos, y que ese 3%, número mágico que la mitad de los tíos nos pasamos la vida intentando conseguir, aquí sigue siendo, y perdonen mi francés, una coup de pute, una escabechina, una burla, una diferencia en la que puede estar: vivir de un bolo o quedarte con lo puesto o acabar pagando o en calzoncillos.

Tampoco se puede olvidar el daño, quien sabe si irreparable, que se ha hecho durante todos estos años al tejido cultural. Las salas que han cerrado, las compañías que han quebrado, el nuevo modelo que se ha establecido en que grupos teatrales y ayuntamientos que han buscado la treta, el desvío, el truco y siempre la trampa, para poder sacar, en el primero de los casos, algún beneficio; en el segundo, gastar e invertir menos. Así, los ayuntamientos que han pagado en negro a compañías que no son tales (grupos amateurs transformados en ese limbo desconocido que se proclama a sí mismo como “teatro semi-profesional”); cientos de trabajadores que han dedicado su talento y tiempo sin cotizar, sin estar cubiertos, sin realmente “estar trabajando” a efectos futuros y prácticos; los gobiernos municipales y provinciales que han cubierto su expediente cultural, rellenando sus agendas y su teatros o bien con las llamadas “producciones de Madrí” (más bien escasas, y casi siempre, de dos mastodónticas distribuidoras que fagocitan el mercado) o bien con actos locales, todo sin gastar un euro, sin destinar prácticamente nada a enriquecer la vida y cultura de sus ciudadanos; las salas que han cerrado cuando ofrecían una programación alternativa y de calidad, con respeto a las compañías que cobijaba, sin convertir cualquier salón de casa en un teatro, sin menospreciar una profesión que ellos mismos estaban contribuyendo a destrozar.

En fin. Haciendo honor a nuestro ser, ya saben, el “mucho españoles” ante la injusticia y la opresión (pues eso es un impuesto que impide en muchos casos funcionar al sector que sea, una opresión del gobierno), hemos buscado otro camino, el atajo, el más fácil y como siempre digo, quien esté libre de pecado, pues eso… El daño ha sido, es, enorme y no será hasta más adelante, cuando gente mucho más lista y más preparada y con un móvil mejor que el mío, podrá verlo en toda su triste complejidad.

Ahí va la Trampa Número 1.

La Trampa Número 2, la que eleva a este gobierno a puntos que ríase del Doctor Maligno y Voldemort, la que hace que me pregunte si ellos son los idiotas, o nosotros, o lo somos todos pero ellos hacen leyes cual monos con machete, se llama así: Espectáculos Celebrados en Directo. Zascas. En pie, por favor. Es decir, para los que carecéis de esa malicia patrimonio nacional, que la bajada de IVA es sólo efectiva para los conciertos, los toros (en directo, sí, con la Edad Media) y, no les quedaba otra, el teatro. Al cine le pueden ir dando y mucho. Bajárselo a ambos, al cine y al teatro, a los enemigos públicos número 1 no sólo de este, sino de cualquier gobierno, ya habría sido demasiado. Así las cosas, han decidido sacrificar el teatro, pero seguir con su bota sobre el cuello del cine, el cual aún paga caro aquellos Goya de 2003 y su “No a la guerra”. Para que luego digan que el rencor y el mirar al pasado es cosa sólo de rojos.

Claro es que todo gobierno busca siempre controlar la cultura y está siempre en eterna lucha con su manifestación más viva (el cine, el teatro; los libros son más fácilmente manipulables, basta con poner en alguno de ellos que Lorca “murió” una mañana y Miguel Hernández vivió una vida corta, y hala). “Las relaciones entre el teatro y la política son tan viejas como el teatro… y la política”, decía Augusto Boal. Por norma general, el teatro le ha dado más guerra al poder que el cine (“puede que el teatro no sea revolucionario, pero desde luego es un ensayo de la revolución”, en palabras del director brasileño), primero porque el séptimo arte es un medio muchísimo más masificado y por tanto comercial y por tanto menos arriesgado, y segundo y al menos en el caso español, porque el gobierno, los gobiernos que hemos tenido, se han asegurado de su control impidiendo una industria cinematográfica y subvencionando desde el estado la producción de la mayoría de las películas que llegan a las salas y al público.

Por eso, que ahora levanten su pie asfixiante sobre el teatro y no sobre el cine podría considerarse desde el punto de vista político e ideológico, una idiotez. Pero ya he dicho que su decisión no obedece a nada parecido a la ideología, la política, ni tan siquiera la cultura: obedece a un castigo de un supuesto crimen ya lejano, castigo que pretenden aplicar no tanto al cine en sí como a quienes lo hacen, los directores, guionistas, y especialmente los actores, que desde una cadena pública y controlada por el estado aprovecharon tres horas de gala para atacar la egomaníaca decisión del por entonces presidente Aznar. Un crimen y un castigo que, mientras puedan y les dejemos, no van a perdonar.

Lo que ya no sé es si ellos son unos idiotas por primar la venganza por encima de sus ventajas políticas, o lo más seguro, si somos todos y cada uno de nosotros, ellos, yo, tú, un hatajo de idiotas.

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