Un disparo

martes 15 enero 2019

Nunca nadie supo dónde había estado, solo sabíamos que uno del grupo había desaparecido de repente sin decir agua va, agua viene. Algunos lo dábamos por muerto, dada la violencia que reina en el país; otros pensaban que como muchos se había ido al otro lado y no había querido decir nada por si lo agarraban y lo mandaban de vuelta; los mal pensados incluso pensaban que andaba metido con el narco, sobre todo porque del grupo era el único que había estado en el ejército y “algo se pega de andar entre lobos”, dijo Manuel mientras lo veíamos venir hacia nosotros atravesando el parque. Era inconfundible su forma de caminar dando brincos cortos.

Al acercársenos detuvimos la partida de dominó.

 

—¿Qué pasó raza? —dijo antes de terminar de llegar al portal donde jugábamos.

—-¿Qué pasó carnal? —le replicamos en coro.

—¿Dónde te habías metido? —le preguntó mi hermano sin preámbulos.

—Es una larga historia —dijo él y se calló.

—Estamos empezando la partida —dije yo— tenemos todo el tiempo del mundo —añadí.

—Te hacíamos del otro lado dijo —Juanjo.

—No… no, para nada, qué otro lado ni que ocho cuartos, no ves que los gringos nos desprecian, nos consideran inferiores —dijo y volvió a callar.

—Eso es cierto —dijo mi hermano.

—¿Entonces? —dijimos en coro.

—En realidad, vengo de donde nunca he estado —añadió.

—Eso si está cabrón —dijo Manuel.

 

En ese momento llegó el mesero con la segunda ronda de Victorias bien frías.

—¿Te traigo una le preguntó a bocajarro?

—No gracias.  He dejado el trago —respondió — Gracias al libro de la verdad —dijo señalando el libro que traía bien agarrado.

—¡Coño! ¿Cómo está eso? —repliqué yo.

—Como lo oyen, ni trago, ni mujeres, ni juego ni nada que pervierta mi alma y ponga en riesgo mi nueva fe.  Me he convertido a la fe verdadera —añadió.

—¿Cuál fe? si tú ni a misa ibas —dijo mi hermano.

—Eso era antes, pero ahora soy otro. Volví a nacer; hasta mi nombre es otro.

—Y ahora ¿cómo te llamas? —preguntó el mesero intrigado y sin haberse movido del lugar.

—Yusuf Alsalami.

—¡Carajo! —dijo el mesero.

—¿Salami como el salami? —dije yo burlón.

—¿Te has vuelto musulmán?  —dijo mi hermano.

—Sí, me he convertido a la verdadera fe, ya se lo dije.

—Entonces tú has andado en Siria entrenándote para algo grande —dijo el mesero bajando la voz.

—No —replicó él. Y ante nuestro interrogador silencio añadió —El Islam es la religión del amor; nada de terrorismo, ni de odiar a los infieles, ni causar daño a la naturaleza; nada malo puede venir de la fuente absoluta del amor y eso es lo que es Alá. Todo eso que oímos y vemos en la tele es pura propaganda Yanki, ganas de tener a alguien a quien culpar de sus desgracias —añadió.

—Pero si aquí en Jalapa ni musulmanes hay —dije yo.

—Los hay —dijo él— Hay muchos libaneses entre nosotros, Salma, Slim y muchos otros desconocidos que por temor al rechazo nos ha hecho ocultar nuestra fe, pero ahora es distinto; ha llegado la hora de ofrecer a todos la oportunidad de convertirse a la fe verdadera y hacer de nuestro México un país convertido al Islam.

—Pero si ni siquiera tienen donde reunirse para el servicio religioso —dijo Juanjo.

—-Ya lo tenemos, no es una mezquita, pero los viernes nos reuniremos en el Centro Veracruzano de Cultura, ellos nos han rentado una de sus salas.

—¡Qué interesante! —dijo el mesero.

—Es cosa de tener paciencia y de servir al verdadero Dios —dijo como si no hubiera oído al mesero— Alá es grande y misericordioso; él proveerá los recursos para construir una mezquita respetable.  Jalapa será el centro que irradie la fe verdadera al resto del país.

—Hasta se me pone la piel de gallina de solo verte convertido en otro —volvió a decir el mesero.

—Bueno muchachos —dijo a punto de irse— Me da gusto volverlos a ver a todos y si quieren conocer más de la verdadera fe, ya lo saben, todos están invitados el viernes en el Centro Cultural Veracruzano, antes de que salga el sol.

—Eso es muy temprano —dijo mi hermano bromeando.

—Hay que sacrificarse y cumplir con los preceptos establecidos en el libro sagrado —dijo Yusuf ya de camino.

—Hasta luego, bro —dijimos todos en coro, mientras lo veíamos perderse al doblar la esquina donde está el almacén del turco Saca.

 

No había pasado más de un minuto cuando oímos el sonido sordo de un disparo que se extendió por todo el centro de Jalapa y se fue alargando con el paso lento del tiempo. Solo después se hizo el silencio que bajó como las cortinas de hierro que cerraron, por miedo, los negocios; en este caso también una vida, la de Antonio López Pérez, que sería enterrado, esa misma tarde, como Yusuf Alsalami y que tal vez habría muerto, como muchos otros, de modo injustificado.

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